A los quince años comencé a sufrir de trauma físico-metal, normalmente llamado anorexia por la mayoría, y por el milagro del no consumo. Antes de eso había descubierto, al igual que Cristóbal Colon a América, yo a la bulimia, sin saber que era algo tan dañino, pero que a la vez, una gran ayuda. Era el alivio de la mente el encerrarme en el baño minutos y practicar mi purgación sin que de mi boca surgiera algún sonido. Pronto, a los pocos años en el colegio nos dieron una charla sobre los E.D. (eating dissorders) o desordenes alimenticios. Nunca pensé que mi vida iba a estar condenada por la imagen que pronto vería del reflejo en el espejo de la imperfección. Más tarde no solo descubrí que la gente que vomitaba perdía peso, que por lo cual nunca asimilé mi pérdida constante de peso. Pero tampoco sabía que dejando de comer 5 días eran 10 libras menos en mi cuerpo y 10 libras más cerca de la perfección. Comencé, a través de internet a averiguar y descubrí muchas páginas, al igual que esta, que tenían como contenido unos “diarios” públicos de unas niñas llamadas “princesas”. En el 2007 me fui de gira de estudios y encontré un libro en Argentina que se llama “abzurdah” (que hasta el día de hoy es uno de los libros más inspiradores para el camino a la perfección), y fue entonces en ese viaje que descubrí una de mis grandes metas.
El cuerpo esbelto, no era lo que yo quería, yo necesitaba sentir mis huesos y el suspiro de un aliento en decadencia. Comencé a necesitar que la comida fuera más liviana y que mi intake diario fuera más bajo. Descubrí muchos métodos para dejar el alimento, y muchos otros más para que nadie realizara que yo no lo estaba haciendo. Métodos tan sutiles para disfrazar mi cuerpo y mi mente de la enfermad y la vida que estaba llevando. No creía en ese entonces que esto me fuera a afectar, y nunca pensé que después de 1 mes habría bajado 20 kilos. Pensé que había sucedido un milagro, pero cuando me miro al espejo y comparo lo anteriormente analizado por mi balanza, el resultado no era el mismo. lo único que lograba ver en mi reflejo era una ballena en tres dimensiones asechándome y criticándome. Llorar había dejado de ser la solución y el alivio de vomito había desaparecido. Cuando de pronto encuentro en la cocina un conocido amigo, que muchas veces antes había calmado mi alivio cortando las comidas en pequeñas porciones, esta vez me iba a aliviar de mi sufrimiento. Ríos de sangre cayeron por mis brazos y mares de mis ojos como nunca en una película se podría haber imaginado, cayendo inconsciente en una posa de dolor.
Meses han pasado y mi pérdida de peso había sido de aproximadamente 40 kilos, y aun así mirarme al espejo era una tortura que retorcía mi mente en los laberintos de un fauno malvado. Eran variadas las veces que me desmayaba o me caía por el mareo, si es que no el solo hecho de intentar pararme de una silla era fallido por la fuerza de gravedad y me tiraba al suelo. Estaba claro que no me podía seguir escondiendo, hasta que un día me descubrieron. Exámenes, clínicas, muchos días de los cuales no recuerdo más que el aroma a hospital.
Han pasado 4 años ya, y esta imagen sigue tan viva como antes y el pensamiento de perfección más ardiente en mis brazos que nunca. Añoro ese año que con tanta turbulencia viví. Hasta ahora sigo sufriendo con mi imagen y mi peso, siendo peor la tortura de mirarme al espejo.
Sharifa Mahmud.-