Su silencio le inspiraba. Muchas veces con una taza de café en su mano, que solía comprar a la vuelta de casa. Tan solo le bastaba con mirar por su ventana y ver el cielo oscurecer. Mirar como las nubes cambiaban su color romántico por uno sombrío y triste. La realidad no le bastaba para complacer su deseosa vida. Falta más emoción y romanticismo. Ese romanticismo falta, mirar y amar la vida. Faltaba amar el silencio y cada segundo de él. Amarlo perdidamente y no depender de nada más. Pero le era imposible expresarle sus sentimientos, cada gesto, palabra o movimiento haría que lo perdiese de la misma forma en que lo encontró.
Ese día, tan solo quería encontrarle en su ventana al anochecer. No era más que amor imposible y descabellado. Ella era la pobre esclava y Él era su rey, dominando cada espacio de su ser, tocando todas esas esquinas que ni en sus más mortales sueño podría haber pasado.
Le miraba constantemente, esperando encontrarle un rosto o un cuerpo, para poder acariciarlo y sentirlo. Su imaginación no era suficiente. Las voces en su cabeza tan solo le pedían que se acercase, que se parase en el borde de la ventana, y volando iba a llegar a su amado.
Lamentablemente esas ideas desaparecían, con tan solo una píldora en la noche, el romanticismo se acaba y el silencio dormía.
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